martes, 18 de octubre de 2011

Storytelling. Sobre "Bellas Artes" de Luis Sagasti


Bellas Artes, tercera novela de Luis Sagasti, es un compendio de pequeñas historias que configura un relato original sobre la presencia de la narración en la experiencia humana.

Por Eduardo Guzmán


"Dame un dato y aprenderé. Dime una verdad y creeré.
Cuéntame una historia y la llevaré en mi corazón para siempre"
Proverbio indio



Algo cae desde el cielo. A la distancia, no se puede apreciar de qué se trata. Son dos ojos los que descubren esa mancha en el paño celeste, pero pronto se multiplican. Miradas atónitas y silenciosas. La cosa sigue su rumbo descendente. Las bocas, abiertas hace rato, ahora pueden balbucear unas palabras e intentan darle un sentido a lo que acontece. Ya más cerca del suelo, una figura humana  comienza a distinguirse más nítidamente. Los días pasan. La caída sigue, ahora en forma de relato que trata de explicar quién era esa persona y, sobre todo, cómo fue que llegó tan alto. Historias como esa hay muchas, algunas las cuenta Luis Sagasti en Bellas Artes, su tercera novela. En un ejercicio que pone al propio acto de narrar en un lugar central,  Sagasti convoca a una serie personajes excepcionales, “luciérnagas”, cuyas peripecias se entraman en un montaje hipertextual y erigen una obra compleja e inclasificable. A su vez, esos personajes y sus anécdotas, se configuran como microscópicas leyendas.
La leyenda es una figura emparentada a la tradición y a su transmisión oral. Se trata de una narración con elementos extraordinarios pero que no descuida el verosímil. A pesar de que los hechos que acontecen en Bellas Artes son en su mayoría fácilmente comprobables, lo maravilloso se apodera del relato a cada momento. Por ejemplo, en la historia del cura brasileño Adelir de Carli, un Capitán Beto que armó su nave sujetando una silla a cientos de globos inflados con helio y del que se perdió rastro a las pocas horas de su despegue. O en lo que se cuenta de Joseph Beuys, uno de los fundadores de Fluxus, cuyo avión en la Segunda Guerra Mundial fue derribado en los bosques de Crimea y que salvó su vida gracias al socorro de unos tártaros que lo abrigaron con pieles y grasa animal. En esos días de debilidad febril, Beuys vio a un chamán convertido en alce y habló una lengua desconocida. Tomej, un tártaro que de niño asistió a estos sucesos, fascina una y otra vez a sus nietos con el cuento del aviador que cayó en el bosque. La enumeración puede seguir porque son muchos los personajes que circulan a lo largo de la novela. Una escritura condensada y precisa es la condición para que, en la brevedad del libro, ocurra tanto. Tal vez el mayor logro de Sagasti sea que el relato se desenvuelva en un tiempo suspendido, como el de la adrenalina o el del sueño.

Sagasti ha publicado previamente otras novelas además de cuentos y ensayos. Pero no es en su obra literaria donde se encuentra el antecedente más ligado a su último libro. En su Bahía Blanca natal es recordado por su participación, a mediados de los años noventa, en un mítico programa radial llamado “Maldición llegó el verano”, del que circulan audios y videos por internet. En uno de los segmentos del programa, Sagasti contaba historias de terror, leyendas urbanas ambientadas a comienzos del siglo pasado en Bahía. La leyenda es un vínculo temático, pero también formal: late en la escritura de Bellas Artes esta veta de narrador oral. Es posible imaginar a Sagasti en la oscuridad de un bosque con la luz de una linterna apuntando, desde abajo, a su rostro contando cosas como: “y allá arriba en el espacio, donde la oscuridad es total, o sea que al enemigo ni separar en sílabas, a veintisiete mil kilómetros por hora, dentro de una pequeña nave que cuando alcance la atmósfera llegará a los mil grados y sin ninguna computadora controlando el proceso, Yuri Gagarin, sin empacho con voz firme y en posición casi fetal, exclama: No veo a ningún dios aquí arriba. Lo que se dice tener los huevos bien puestos”.
En el comienzo, Bellas Artes se plantea que el mundo es un ovillo de lana y que hay quienes desean entender su funcionamiento a partir de “la teoría de las conspiraciones. Explicación que es resultado de una pereza intelectual extraordinaria: un grupo de hombres decide tejer la trama de nuestras vidas”. Según el autor, Es preferible hablar de secretos, y aún mejor pensar en términos de omisiones, ya que “para que la máquina siga, es mejor que no se digan ciertas cosas”. Y esas elipsis, como los agujeros negros que se abren por una palabra mal pronunciada, funcionan como el espacio por el que las “luciérnagas” atraviesan el ovillo y en ese tránsito cuenten las historias. Esas historias tan reales como fantásticas, a través de las cuales, Sagasti construye una novela sobre el lugar primordial de la narración en cualquiera de sus formas.

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