lunes, 7 de noviembre de 2011

El escritor y sus fantasmas. Sobre "Formas de volver a casa" de Alejandro Zambra

Alejandro Zambra ensaya, a partir de un relato dentro del relato, una manera personal e íntima de regresar sobre su pasado y, desde ahí, al pasado reciente chileno. Formas de volver a casa, la tercera novela del autor trasandino, es una vuelta a los recuerdos -aquellos que parecen insignificantes- para hilvanar, desde un costado secundario, una forma de abordaje de la historia y de la narrativa.

Por Martín Massa
En la primera página dos epígrafes revelan la intención. Uno de Romain Gary: “En lugar de gritar escribo libros”. Otro de Walter Benjamin: “Ahora sé caminar; no podré aprender nunca más”. Cada uno de estos autores construyó un relato (La Promesa del Alba
e Infancia en Berlín hacia 1900, respectivamente) en la adultez que escarba en los recuerdos e impresiones de sus infancias para entender los giros y cambios que se sucedían en Europa. De algún modo volvían a sus primeros años para leer en los contrastes.
Alejandro Zambra parece construir con el mismo propósito Formas de volver a casa, su tercera novela. En un ritmo de dos por cuatro (dos historias en cuatro partes), vuelve -con nostalgia y desde distintos lugares y momentos- a esos recuerdos, a esa casa, para cuestionar el pasado y el presente en clave histórica.
Las cuatro partes del libro conforman un todo que juega en espejo, donde Zambra expone, parafraseando a Jitrik, la imposibilidad de unir los planos de la experiencia literaria y la experiencia vital. Esos planos terminan configurando las dos historias que componen la obra: Una novela que nos habla de la dictadura pinochetista a partir de una familia con un papel secundario, y el diario que revela los vaivenes en el proceso de escritura y de vida del autor de esa novela.
La primera historia es un relato en primera persona que narra el regreso a la infancia para “iluminar algunos rincones, los rincones donde estábamos” y, desde allí, emprender un regreso inquietante. “Yo pensaba que tal vez había cierto tipo de suciedad que simplemente yo no distinguía, que cuando grande quizás vería capas de polvo donde ahora no veía más que el piso encerado y maderas lustrosas”. A partir del terremoto de 1985 (“Confusamente intuía que ése era el dolor verdadero”) va echando luz sobre los recuerdos para encontrar esos rincones. El  protagonista, de nueve años en ese momento, conoce a Claudia la noche del terremoto. Ella es una vecina que lo sigue en sus largas caminatas y le pide un extraño favor: que le haga de espía. La historia, mínima, le sirve de excusa. Desde el lugar de personaje secundario -ya que la novela está reservada para los adultos-, y desde la ingenuidad, da cuenta de un cuadro de situación, de miedo inminente, y de los roles: “Mi papá no es nada, respondí con seguridad”. El reencuentro de los personajes “secundarios” veinte años después termina de cerrar una vuelta a casa inquisidora y dispuesta a matar una imagen que, con la distancia, parece estar más clara: el supuesto lugar neutral de su familia durante la época de Pinochet. “Todos estaban metidos en política, mamá. Usted también. Ustedes. Al no participar apoyaban a la dictadura”.

El diario del escritor que nos deja ver esta historia se revela como un plano diferente y semejante, casi como dos formas parecidas en las que hay que encontrar las diferencias. Atravesado por ese mismo pasado que reconstruye usando la voz de otros -que termina siendo la propia-, repasa sus perturbaciones y dificultades literarias y vitales. Inquietado por la presencia permanente de su ex mujer, de quien toma la historia narrada, revisa sus huellas para volver a casa con un tono diferente. “Estaban allí para que no tuviéramos miedo. Pero no teníamos miedo. Eran ellos los que tenían miedo. De eso quiero hablar. De esa clase de recuerdos.” El diario (¿de Zambra?) intenta proponer, o crear, una literatura propia, de los hijos, que rompa con la “novela”  de los padres (con las historias oficiales, con el silencio) para echar luz sobre esas guaridas del pasado que permitan entender este presente chileno. “Mientras la novela sucedía, nosotros jugábamos a escondernos, a desaparecer.”. En busca de esos detalles, la vuelta a casa nos devela un tiempo entre temblores que se vuelve cada vez más claro -incluso para el escritor- en su intento por “Conseguir una música genuina. Nada de novelas, nada de excusas”.
Daniel Link escribió respecto a la teoría de la experiencia literaria y la experiencia vital de Jitrik: “La escritura sería la experiencia límite que permite articular ambos tipos de experiencia y denuncia su carácter artificial y ‘engañoso’”.  Zambra transita esa experiencia límite y construye un ejercicio de abordaje del trauma, una manera de recuperar el pasado para terminar de romper lo que perdura en este tiempo, sin dejar pasar de largo la oportunidad de mostrar el artificio: “Por eso mentimos tanto, al final. Por eso un libro es siempre el reverso de otro libro inmenso y raro. Un libro ilegible y genuino que traducimos, que traicionamos por el hábito de una prosa pasable.”.

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