jueves, 10 de noviembre de 2011

Medina, yo y mi otro yo. Sobre "En los márgenes" de Ignacio Molina

 Por Cocó Muro
  

                                                                                                                                                                                            

En los márgenes
Ignacio Molina
Editorial 17 grises. 96 páginas
$40

Durante una fiesta de casamiento en el Tigre, un lector le comenta al protagonista escritor de En los márgenes -Medina- que leyó su libro, que tuvo ganas de matarlo hasta la página 30, pero que después lo entendió. Casualmente (o no) este diálogo se da a la altura de la página 29 del libro de Molina, e inmediatamente en la siguiente, el mismo lector le pregunta intrigado a Medina: “¿Pero vos sos así?”.
Ignacio Molina se siente cómodo en el campo de lo cotidiano desde donde desdibuja el límite entre lo biográfico y lo ficticio, porque a fin de cuentas, y citando a Juan Forn, «de eso se trata la literatura: de dar a las cosas el nombre que uno cree que tienen».
En los márgenes, quinto libro de Molina después de Los estantes vacíos (cuentos, 2006), Viajemos en subte a China (poesía, 2009), Tribus urbanas (ensayo, 2009) y Los modos de ganarse la vida (novela, 2010),  se compone de una serie de textos seleccionados de su blog Unidad Funcional en el que el autor, expuesto en un yo explícito, hace entrega de polaroids repletas de sueños, miedos y ambiciones; la infancia en Bahía Blanca y su cotideaniedad como padre de Fausto y como escritor que recibe críticas y elogios.

El autor reconoce, en una entrevista al diario Crónica, que muchos de sus textos fueron escritos para ser publicados en su blog y que «tal vez el hecho de no ser pensados como literatura con mayúsculas (algo que nunca debería hacerse) haga que se lean de otra manera. Un amigo me dijo que si yo fuera una banda, En los márgenes sería como un disco de rarezas dentro de mi obra. Me gustó eso».
Pero cuando el relato viaja del blog hasta el libro ya no es Ignacio Molina quien nos habla, sino “Medina”, al cual le preguntan si su nombre de pila va con H, como el Horacio Olivera de Cortázar, que se anima a cambiar de lugar sus iniciales en una suerte de juego apelativo para disfrazar de parodia su propia identidad.

Medina divaga por Buenos Aires, se reconoce parte de la “última generación viva con recuerdos de los años de tiranía militar” y nos presta ejes de identificación y posibles puntos de referencia. Cruza datos, expone sus pensamientos de libre asociación y manifiesta emociones para configurar su propia identidad como escritor, padre separado, niño herido y pasajero del 39.
Cuando en uno de los pasajes del libro se pregunta cuál es “la literatura que se mueve en los márgenes” reconoce no saberlo, observa unos obreros trabajando y ensaya una respuesta: “eso es moverse en los márgenes, pienso: trabajar a la intemperie, en el borde la cornisa, a las siete de la mañana un día lluvioso”.
Medina sueña mucho y lo relata – incluso cierra la crónica sobre el nacimiento de su hijo “Flavio” deslizando la posibilidad de que todo podría haber sido parte de un sueño -, y en cada relato sobrevuela la nostalgia: “la certeza de que ya nada, nunca más, volverá a ser como antes”.

Sueña mucho y no es difícil imaginarlo: en “Miedo a la oscuridad”, “La fuga” y “De cómo casi me hago millonario”, Medina se la pasa en pijama.
En “Continuidad de los kioscos”, es Molina quien pone a prueba el concepto de metaliteratura, un discurso que trata casi sobre sí mismo al narrar que se narra y poniendo en evidencia sus condiciones de producción, tal como lo hace a lo largo de todo el libro. Desde el título remite al relato circular de “Continuidad de los parques” de – otra vez – Cortázar, pero en clave tragicómica y circunscripta a la situación urbana del «voy al kiosco y vuelvo», con la excepción de que el protagonista de la historia tiene ciertas dificultades para cumplir con la segunda parte del cometido.
¿El afán por escribir proviene de creer que lo que nos pasa y lo que pensamos es significativo e interesante, o es que acaso lo que nos pasa y lo que pensamos deviene significativo e interesante porque lo escribimos?
Molina (y no “Medina”) logra que se vuelva significativo e interesante usando la primera persona, estilo cuestionado y emparentado con la nueva narrativa, y con el mismo tono bloguer de donde proviene.
La hipótesis se confirma: no es lo que contamos, sino cómo lo contamos; Molina lo hace extrovertido desde la intemperie, en los márgenes.

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