En las Jornadas que conmemoraron el 300º
aniversario del nacimiento de Jean-Jacques Rousseau, una audiencia menuda
abordó los grandes temas del pensador ginebrino. Desde la ley hasta la
subjetividad, desde el ateísmo hasta la libertad, los oradores definieron el
mapa de los problemas rusonianos que estudia nuestra academia.
Por Yamila Bêgné
“Habiendo sido condenado a galeras en
Cádiz, en el año 1746, un indio de Buenos Aires propuso al gobernador comprar
su libertad exponiendo la vida en una fiesta pública. Prometió que atacaría
solo, sin otra arma en la mano que una cuerda, al toro más furioso, que lo
echaría por tierra, que lo amarraría por la parte del cuerpo que se indicara,
que lo ensillaría, lo embridaría, lo montaría y que, montado, combatiría con
otros dos toros de los más valientes que hicieran salir del toril, matándolos
todos uno después de otro”
Jean-Jacques
Rousseau
En la cartelera se anuncia un seminario
para fines de noviembre: “Los sistemas de producción lechera, valorización de
la pastura y el mantenimiento de los prados”. Extraño, sí, pero punto para
Rousseau, que era vegetariano. Adentro, los carteles de “Prohibido fumar” están
hasta en los espejos del baño, aunque el aire cargado acusa que nadie les hace
caso. Punto en contra: Rousseau era un legalista.
La naturaleza, la ley, el yo, la religión, la voluntad, la filosofía, el
lenguaje: todos tópicos rusonianos que se discutieron en la segunda parte de
las Jornadas Internacionales “Actualidad de Jean-Jacques Rousseau” a
trescientos años de su nacimiento. En el aula pequeña del tercer piso están
presentes todos los que, al menos en Buenos Aires, se dedican a estudiar a
Rousseau. Somos dieciocho: seis disertantes, tres coordinadores, nueve
asistentes. Para arrancar, todos esperan a Marcelo Raffin, el Director del
Centro. Cuando llega, nos saluda uno por uno, con un beso, incluso a quienes no
lo conocemos. Dulce amabilidad rusoniana.
Una de cal y una de arena
A la dulzura hay que contrarrestarla con
algo de crítica. Por eso, Julia Smola, de la Universidad Nacional General
Sarmiento, abre la primera mesa con una palada de cal: la lectura pesimista que
Hannah Arendt hizo de El contrato social. Arendt acusa a Rousseau de
haber igualado libertad y soberanía, lo que habría llevado a la negación total
de la libertad humana. Las consecuencias serían catastróficas: porque el pueblo
está formado a partir de la voluntad general y contra las individualidades,
“hay que ser un dios para sí mismo, oprimiendo las voluntades particulares”,
sintetizó Smola. Curioso, sin embargo: cualquier norma rota podría desarticular
el argumento de Arendt. Las estelas de tabaco que sobrevuelan el ambiente, por
ejemplo, sugieren que la ley pesa menos que las ganas de fumar.
El equilibrio de las fuerzas era clave
para Rousseau: vuelve el tono dulce a la mesa. “Conozco a los hombres y me
siento a mí mismo: no estoy hecho como ninguno de cuantos he visto”. Así abre
Jean-Jacques sus Confesiones, que Emilio Bernini, investigador de la
UBA, revisa para entender cómo se va construyendo allí una subjetividad
excepcional. La introspección nace al mundo con los textos autobiográficos de
Rousseau; por eso los diferentes romanticismos acusarán su impacto. Así lo hace
Madame de Staël que, como recuerda Bernini, piensa a Rousseau como “un alma
pura y buena, casi divina”. Una de arena para Jean-Jacques.
Sólo sé que no sé… deconstruir
La segunda mesa dibuja una variopinta trinidad:
Rousseau, Sócrates y Derrida. Vera Waksman, de la UBA, vuelve sobre los
escritos autobiográficos de Rousseau para registrar las alusiones a Sócrates.
El elogio de la ignorancia, ya presente en el Discurso sobre las ciencias y
las artes, y la vida dedicada a la verdad unen las figuras de ambos
pensadores. Pero los diferencia la soledad: mientras Sócrates toma la cicuta y
espera la muerte rodeado de sus discípulos, Rousseau, como se lee en Las
ensoñaciones del paseante solitario, está “solo en la tierra, sin más
hermano, prójimo, amigo ni compañía” que él mismo.
Emmanuel Biset, del CONICET, llega con un
Derrida bajo el brazo. Acostumbrado a deconstruir cualquier cosa que le pasara
cerca, Derrida no dudó tampoco ante Jean-Jacques. Intentó deconstruirlo en De
la gramatología, analizando el Ensayo sobre el origen de las lenguas.
Como explica Biset, Derrida entiende que Rousseau concibe al estado de
naturaleza como un momento fijo. Y, siempre alérgico a la fijeza, Derrida se
apura a reformular: la naturaleza no es un monolito. El problema es que
Rousseau nunca concibió a la naturaleza como una esencia. Es el mismo Paul de
Man quien, en su sinceridad de amigo, le devuelve el golpe al deconstructor:
todas las críticas que Derrida le hace a Rousseau ya están en Rousseau;
Rousseau es un autor que no se puede deconstruir.
El círculo y la fe
En la última mesa, se sigue respirando por
un rato la influencia que el postestructuralismo y sus vericuetos han tenido en
la academia argentina. Gabriela Domecq, de la Universidad General Sarmiento,
aborda la noción de lugar como el espacio de la ética en Rousseau. El trazo es
también de corte derrideano: en un juego entre el poder y la voluntad, el
equilibrio dibuja un círculo en el que el sujeto rusoniano debe circunscribirse
para ser feliz: “El desdichado es el que se extiende fuera de sí”. Resignada
constatación que Jean-Jacques formula, sin geometrías, al final de su vida:
“Cuanto me es exterior me es extraño de ahora en adelante”.
Sólo creer en uno mismo, entonces. Dante
Baranzelli, de la UBA, logra extraer tres características comunes a los
personajes ateos de Rousseau: la incredulidad les viene de la razón, el dogma
los indigna y terminan por adoptar la fe natural. “Sólo el sentimiento aporta
un elemento definitivo a favor de la fe en Rousseau”, sintetiza Baranzelli. Y
es también el sentimiento el que arroja al converso y reconverso Jean-Jacques a
los ritos de la soledad: “¿De qué se goza en una situación semejante? De nada
exterior a uno mismo, de nada sino de sí mismo y de su propia existencia”.
Pasadas las nueve de la noche, quedamos la
mitad de los que empezamos: Rousseau sigue siendo un solitario. En los
pasillos, sin embargo, los rusonianos porteños se entregan a la ensoñación. Si
la primera parte de las Jornadas reunió a tres especialistas franceses, esta
vez, en cambio, se pensó a Rousseau desde acá. Los temarios fueron diversos,
también los tonos y las influencias, se comenta. Pero, desde distintos ángulos,
en cinco horas quedaron nombrados los problemas que importan, en Buenos Aires,
a la hora de pensar a Jean-Jacques. ¿O no fue el mismo Rousseau el que, en una
nota olvidada de su Segundo Discurso, mencionaba esta tierra perdida en
las pampas?
Jornadas Internacionales
“Actualidad de Jean-Jacques Rousseau” a trescientos años de su nacimiento.
Primera
parte: 26 de septiembre, 18hs. Segunda parte: 17 de octubre, 16.30hs.
Centro Franco Argentino de Altos Estudios, UBA.
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