domingo, 9 de octubre de 2011

La larga marcha de la juventud chilena. Sobre "Formas de volver a casa de Alejandro Zambra"

La infancia durante la dictadura pinochetista es el eje de Formas de volver a casa. En su tercera novela, Alejandro Zambra, elabora un relato personal sobre su generación y la de sus padres.

  
En la primera página de Formas de volver a casa,  el narrador es un niño que sale con sus padres y se pierde al regresar. “Tomaste otro camino”, le dice la madre cuando por fin se encuentran. Él piensa que la que tomó otro camino es ella, pero no dice nada. La tercera novela del escritor chileno Alejandro Zambra está dividida en cuatro partes que se encastran entre sí, y trata de eso: de tomar un camino distinto al de los padres. En la primera parte, habla el niño: se llama Personajes Secundarios. Aquel chico extraviado festeja un terremoto -quizás el de 1985 ó 1987- que lo arranca de la rutina. En plena dictadura, cuando los hogares de clase media eran lo que el narrador llama fortalezas íntimas, el temblor de la tierra y el peligro de derrumbe le abren un mundo nuevo. El niño que veía a Pinochet como un personaje televisivo se encuentra con sus vecinos. Entre ellos hay un misterioso hombre que vive solo, del que se dicen cosas que él no llega entender.
Claudia, la sobrina de ese hombre, le pide que lo espíe. Él le dice que sí. Lo hace con obsesión, de forma candorosa, aunque sin entender por qué o para qué tiene que seguirlo. Años después esa misma chica va a convertirse en exiliada, pero de otro tipo: va a escapar de su propia familia y de un país que no se decide a salir de la dictadura. La novela, dice Zambra, es siempre la novela de los padres y de ese destino es del que tratan de huir sus personajes.
Los progenitores del protagonista no ocupan un lugar heroico. El padre es el que miraba los discursos de Pinochet sin emitir sonido, el que repite siempre los mismos chistes y cada tanto refunfuña diciendo que con los militares se vivía mejor. La madre es una figura opacada, que habla, lee y fuma a escondidas de su marido, con el que está unida más por resignación que por amor. Un exponente del no te metás argentino en su versión trasandina.
Al narrador, a esa generación nacida en los primeros años de la dictadura, le tocaban los papeles secundarios. “Los niños entendíamos, súbitamente, que no eramos importantes. Que había cosas insondables y serias que no podíamos saber ni comprender”, dice la novia al autor en la segunda parte del libro, La literatura de los padres. Escrita en forma de diario, allí el narrador deja de ser el protagonista de la novela y le da la palabra al autor. Sin decirlo, Zambra propone un juego. ¿Es una ficción de un escritor que escribe la novela de la primera parte? ¿Cuánto de autobiográfico hay en ese diario?


La tercera parte es La literatura de los hijos y en ella reaparece Claudia, la niña que le pidió que espiara a su vecino. Los dos ya son adultos y ella se revela como hija de militantes criada en la clandestinidad. “Aprendió a contar su historia como si no le doliera”, dice el autor. Y eso, para Claudia es crecer.
Por eso, Formas... es distinta a La casa de los conejos de Laura Alcoba, que es una especie de manifiesto contra los padres de la década del 70, donde una niña cuenta las desventuras de ser hija de militantes que pasan a la clandestinidad.  Tampoco construye a sus personajes como los arquetipos absolutos de la película Machuca, con una división de clases tajante, donde hay pobres heroicos y comunistas, y ricos tontos y pinochetistas.
En Formas..., el protagonista crece en una familia sin muertos. Lo termina de descubrir en una charla de campus, mientras fuma marihuana con sus compañeros. Todos hablan de sus propios caídos y él fantasea con apropiarse de la historia de Claudia, pero desiste. “Aunque queramos contar historias ajenas”, piensa, “terminamos siempre contando la historia propia”.
Si las dos novelas anteriores -Bonsai (Anagrama, 2006) y La vida privada de los árboles (Anagrama, 2007)- eran historias de amor, en Formas..., Zambra se sumerge otra vez en temas narrados hasta el hartazgo, y vuelve a salir airoso con una escritura precisa y un punto de vista tan personal como honesto.
La cuarta parte, Estamos bien, cierra la novela con un nuevo terremoto: el del año pasado.
En las últimas semanas, Zambra habló y escribió a favor de los estudiantes que tomaron las calles de Santiago. De haber terminado la novela unos meses después, quizás el movimiento le hubiese sacudido cierta melancolía de sus páginas. No pocos opinan que los jóvenes en la calle están demostrando su derecho a dejar de ser personajes secundarios. Una herencia que la generación de Zambra quizás no pudo superar.

Formas de volver a casa
Alejandro Zambra
Editorial Anagrama
$ 65

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